El espejo hondureño / Opinión Abogado Nakachi

01/07/2025
El espejo hondureño: cuando la justicia no escucha eslóganes
Mientras Juan Orlando Hernández, expresidente de Honduras, recibió una sentencia de 45 años en una prisión de Estados Unidos por sus vínculos con el narcotráfico, en México seguimos escuchando todos los días la misma letanía mañanera del “no somos iguales”.
El contraste es tan grotesco como revelador: allá cae un “aliado” de Washington que se creía intocable; acá, seguimos viendo cómo se defiende la investidura con sermones de honestidad sin facturas.
Hernández no era cualquier político. Era el hombre fuerte de Tegucigalpa, el que hablaba de seguridad, el que combatía al narco (según él), el que recibía aplausos de presidentes gringos.
Hasta que Estados Unidos, ese mismo país que lo respaldaba, decidió ponerlo en su lugar… en una celda. Lo juzgaron con pruebas, con testimonios de narcos, con registros de vuelos, dinero, cocaína, y todo el paquete de un Estado al servicio del crimen. El resultado: 45 años de cárcel. Así, sin rodeos ni mañaneras.
¿Les sorprende? A mí no. Es el modus operandi de los gringos. Lo anunció desde el siglo XIX su expresidente John Quincy Adams: “Estados Unidos no tiene amigos permanentes, sino intereses.”
Y entonces volteamos a ver nuestro propio espejo nacional. Aquí tenemos a un expresidente que llegó en 2018 bajo la promesa de ser distinto: honesto, austero, trabajador. “No mentir, no robar, no traicionar”, como mantra repetido hasta el hastío.
El camaján le vio la cara de pejes a decenas de comunicadores, intelectuales, políticos, ciudadanos. Queda para la reflexión en el futuro, cómo fue que el país se volcó a los brazos de un demagogo siniestro y sin escrúpulos que solo los usó para sus fines oscuros.
Sólo que con el paso de los años, esa imagen de apóstol laico se fue desgastando. No por acusaciones de narcotráfico (que quede claro), sino por la obstinación en proteger a sus chicuelos “emprendedores”, por cerrar los ojos ante escándalos familiares, por dinamitar organismos autónomos, por polarizar al país mientras repetía que todo estaba “requetebién”.
Cómo olvidar que defendió y promovió en plena pandemia de Covid-19 al Dr. Muerte, Hugo López Gatell.
¿Qué pasa si algún día —no lo quiera la patria— alguna potencia extranjera decide investigar en serio los contratos, los sobres amarillos, las “aportaciones voluntarias al movimiento”, los cercanos incómodos?
¿Tendremos que esperar que venga otro fiscal gringo a limpiar la casa? ¿O seguiremos encerrados en la ilusión de que el simple hecho de “ser del pueblo” garantiza pureza moral?
La caída de JOH debería sacudirnos, no para celebrar la desgracia ajena, sino para recordar que la justicia real no escucha eslóganes, ni respeta biografías oficiales. Que ningún líder, por más frases hechas que repita, está por encima de las leyes. Un voto porque así sea siempre.
Huroneo
A todos los que desde 2017 decían con voz temblorosa de fe: “AMLO es honesto, es rechambeador, es incorruptible, está a punto de levitar”, les mando un fraternal saludo desde la realidad.
No se preocupen, todavía quedan estampitas de “Detente” y mañaneras con la “científica” para quien quiera seguir creyendo. Solo no se sorprendan si un día el guion cambia… como en Honduras.
El caso de JOH nos recuerda que ningún poder es eterno ni inmune. En México, la verdadera justicia no debería esperar órdenes ni rendir culto. Solo actuar.
Una lectura que exige no sólo ojos abiertos, sino conciencia afilada.
Esta columna forma parte de Bitácora de la Luna, un espacio para pensar el país desde el filo de la crítica. Publica: Abogado Nakachi | Opinión editorial: La Evidencia News