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1986, ESE AÑO MARAVILLOSO

1986, ESE AÑO MARAVILLOSO, EN PLUMA LIBRE

NAKACHI

La opinión de Rolando Nakachi

1986, ese año maravilloso 

1986, ESE AÑO MARAVILLOSO, NAKACHI
ESTADIO AZTECA MUNDIAL MÉXICO 1986

Como muchos sabemos este año organizamos en nuestro país la XIII edición de la Copa del Mundo de Fútbol, México 1986. La designación llegó a nuestro país de forma circunstancial, desde 1973 la sede encargada fue Colombia.

Sólo que por azares de la vida y ya saben, la política, en mayo de 1983 el Comité Ejecutivo de la FIFA, tras una reunión en Estocolmo, Suecia, decidieron, ante la imposibilidad de cumplir con los requerimientos mínimos que la FIFA exigió para celebrar el campeonato mundial, sustituir a Colombia. La presencia de crimen organizado en ese lugar del orbe le arrebató a Colombia el sueño mundialista.

El mexicano Guillermo Cañedo de la Bárcena, fue fundador de la CONCACAF, vicepresidente de la FIFA en 1962, principal culpable de la celebración del Mundial de México 1970, creador del mítico Estadio Azteca, y quien ingresara al salón de la fama de FIFA en 2011.

En 1984 alzó la mano en la FIFA, gracias a su gestión le debemos que se haya escogido a México para celebrar otro mundial. La experiencia del mundial en el año de 1970, había sido todo un éxito en todos los aspectos, y la FIFA no tuvo muchas dudas en designar a México (aun a pesar de las solicitudes de Canadá y los EE. UU.). De forma inusual celebramos dos mundiales casi de modo consecutivo.

En ese contexto, cursé el quinto año de primaria en la Jonas Edward Salk de la hoy alcaldía Benito Juárez en Ciudad de México. Mi maestra fue Pilly, una mujer ya de edad avanzada, fue una de las principales motivadoras e influyentes en mí para despertar el amor por México, hablaba de nuestro país irradiando amor y un respeto profundo por la patria.

El tres de junio de 1986 México debutó en el mundial. Se enfrentó a su similar de Bélgica teniendo como escenario el imponente Estadio Azteca, al final se impuso por marcador de 2 a 1.

El siete de junio, México se enfrentó a Paraguay, rival con el que empató a un gol. Cómo olvidar cuando Hugo Sánchez erró en la ejecución de un tiro penal, circunstancia que nos arrebató el triunfo. Era la figura internacional, la frustración fue en proporción de la expectativa que un país entero había puesto en él.

Las autoridades escolares de mi primaria tuvieron el tino de ponernos los partidos de la selección de México y así, el miércoles once de junio fuimos testigos en la escuela a través de una televisión de esas gigantescas de bulbos, de cómo el TRI se impuso por un gol a cero a la limitada selección de Irak, y con esto pasar a la segunda ronda de la competencia; como dicen en el argot del fútbol: “casi caminando”.

Desde entonces quedé prendido al fútbol; lo jugaba en la calle, en casa, en la escuela, no tener un balón no era obstáculo, pues haciendo gala de la creatividad con un bote de frutsi, o de unicel era suficiente para hacer una “pelota”. No cabe duda que el hambre es la madre de la creatividad.

En todo México no se hablaba de otro tópico que no fuera fútbol. Y eso que aún no cerraba la herida del sismo del año anterior. El favorito en el corazón de los mexicanos después del TRI, era Brasil.

Aún vivía el recuerdo de México 1970 y su estancia en Guadalajara, lugar donde enamoraron a nuestros paisanos, y para entonces escuchaba que los viejos añoraban a Pelé, Tostao, Jairzinho, Carlos Alberto, Gerson…  Por su parte el seleccionado mexicano nos hizo soñar, deseábamos superar la fase de cuartos de final donde nos dejaron fuera los italianos en el 70.

En mera fiebre futbolera, mi mamá me compró un uniforme de la verdeamarella. La vestimenta fue acompañada de un balón de fútbol con el permiso de salir por las tardes a jugar cascaritas con mis amiguitos.

Tuve tres amigos inseparables, el mayor de edad era Federico, el “Negro”. Padeció de la falta de sus padres. Incluso fue designado por su tío (que era donde cayó de “arrimado”) para pernoctar en algún carro de los que arreglaba en su taller mecánico, bajo pretexto de que no se fueran a robar alguna autoparte.

El otro inseparable fue Carlitos, alías el “Schumacher” en alusión al entonces portero titular del seleccionado alemán. “Schumacher” fue un niño en circunstancias parecidas al “Negro” pues también su mamá lo había abandonado bajo la tutela de su padre, y éste por ocupaciones laborales según supe, lo dejó encargado con sus tías, unas vecinas a las que apodábamos las “güeras” hijas de un coronel alemán que llegó a vivir a la colonia en la época de la posguerra.

Carlitos, por lo menos sí estaba en mejores condiciones, pues tenía su cuarto para él solito y muchos lo envidiábamos. Era el carita del grupo, tenía harto pegue con las chavitas.

Por esa época se incorporó a nuestro clan el “Hersa”. Un gordito muy noble que si bien no lo habían abandonado físicamente, sí en atención,  su papá lo dejó bajo la tutela de su esposa en segundas nupcias. Su madrastra lo odiaba elegantemente y le hacía la vida de cuadritos.

Éstos eran mis amigos, mismos que nos juntábamos por la tarde para jugar al fútbol. Soñábamos, hacíamos travesuras, nos reíamos de la gente socarronamente, jugábamos a tocar timbres y echarnos a correr.

No nos preocupaba nuestro futuro, ni qué iba a ser de nuestras vida, solo nos ocupaba divertirnos, Ya fuera jugando canicas, al trompo, yoyo o haciendo llamadas telefónicas para hacer bromas. Como la clásica del señor León. ―Me comunica con el señor León. Mientras conteníamos la risa. ―No señor se equivocó de número –se oía del otro lado del auricular―. Para rematar; ―¡Disculpe me equivoque de jaula!

En retrospección, mi desempeño en la escuela puedo calificarlo de tibio. Ni era tan bueno, pero tampoco malo. Pasaba desapercibido. Una de mis mejores herramientas ha sido mi memoria, aunque conforme pasan los años disminuye, por razones naturales cada día vamos muriendo.

Desde siempre me atrajo el gusto por las historias. Crecí bajo la “Dictadura Perfecta” que en 1990 definió, Mario Vargas Llosa. Ese sistema de partido hegemónico que fue el PRI del siglo XX.

Donde para sostener el régimen fue necesario robustecer el nacionalismo revolucionario aderezado de mitos, leyendas y falsos héroes como Pancho Villa, Zapata, Madero, Obregón y ni qué decir de Cárdenas.

Siempre he pensado que detrás de un historiador hay un curioso por excelencia, y es mi caso; desde niño fui despierto, me encantaba que me llamarán precoz. En parte influyó mi madre que ha sido una asidua lectora. Me fascinaba que mamá me presentara con sus amistades y familiares con: “Le presento a mi hijo y es muy inteligente”.

Lo que no me gustaba era estudiar bajo los aburridos modelos de enseñanza oficial basados en la memorización, siempre me pregunté: ¿Y esto de qué me va a servir de grande? El problema no es cuestionarlo, sino que no tuve quién respondiera mis preguntas.

No fui de estudiar en casa. Odiaba hacer tareas. La soledad y la falta de atención hacían identificarme con mi clan de amigos. En mi caso, yo sí tenía a mis padres físicamente, sólo que ellos por atender la economía de casa y sus necesidades laborales, no pudieron estar al pendiente de mí. Pero siempre tuve las mejores calificaciones. Vaya ironía.

Bajo estas circunstancias un día en clases con la maestra Pilly, tocó historia universal, estábamos hablando de Roma, Grecia, Egipto, Fenicia, etc., lo que logró despertar en mí interés. Mucho de lo que se decía yo lo ya lo había leído en alguna historia corta de revista en casa.

Así que se convirtió en un momento apoteósico, fue mi día de gloria en el salón de clases, pues nadie contestaba, nadie mostraba tanto interés y avidez por contestar como yo, todo lo que preguntaba la maestra yo lo sabía; todos me miraban asombrados.

La maestra, satisfecha por mi desempeño me correspondió con un aplauso motivando a los presentes a unirse a la felicitación. Quizá para muchos esto no signifique mucho, pero para un ser tímido y poco reconocido como yo, representó muchísimo.

Fue el día que acentué mi amor por la Historia, el gesto generoso de la maestra Pilly se lo he agradecido toda la vida. No sé qué fue de ella, lo seguro es que, en ese momento, cambió mi vida. Vaya tarea que tienen los docentes en sus manos. Una palabra o un gesto de atención pueden cambiarle la vida a cualquier chavo.

Vuelvo al fútbol.

Para finales de junio de 1986 el fenómeno ya era Maradona; la verdeamarella fracasó en Guadalajara y se postró ante los botines de Platini. Nuestro equipo tricolor arrolló al seleccionado de Bulgaria, y con ese golazo de media tijera de Manolo Negrete, ilusionó a todo el país cuando avanzó al famoso quinto partido.

El sábado veintiuno de junio topó con la poderosa escuadra alemana entonces federal; con polémico arbitraje del colombiano Jesús Díaz Palacios, y con una gran actuación de Schumacher a pesar de las intentonas del “Abuelo” Cruz; México perdió en la fase de cuartos de final. Ese “sábado negro” nuestra selección quedó postrada en los tiros penales ante esta potencia del fútbol mundial.

Todos en casa estábamos tristes, lloré toda la tarde (quién iba a imaginar que esa sería la última vez, que México llegaría al quinto partido en un certamen mundialista); fue decepcionante mirar cómo afloraron las carencias de los mexicanos, sus complejos de inferioridad y su falta de carácter para sopesar presión parecida. Al final, fiel a la costumbre mexicana, le echamos la culpa al árbitro.

Por americanismo no nos quedó de otra que inclinarnos en favor de Argentina, que en célebre partido derrotó a la República Federal Alemana por marcador de 3 a 2, con un golazo de Burruchaga a pase de Maradona. Todo México se volvió loco con la albiceleste.

Nosotros en una callecita, a la vuelta de la casa, también adecuamos nuestra improvisada y modesta cancha de fútbol Nuestro estadio “Veneno” fue el escenario donde con unas sencillas porterías improvisadas, soñábamos con ser grandes futbolistas y queríamos emular a los titanes de este deporte.

1986 fue un año de contrastes, ese enero por poco y me degolló en Veracruz; semanas después se me complicó una herida en la pierna, que a punto estuve de que me la cortaran. Una vez que sané jugaba al fútbol, después mi papá me compró mis tacos de fútbol en un aparador de la calle Coruña.

Ese año se estrenó una película que a la fecha es de mis favoritas: Chiquidrácula, la filmaron en mi colonia Josefa Ortiz de Domínguez y Postal,  eso la hizo más especial. Viví la copa del mundo en México de una manera muy cercana; me despertaron el interés por México y por la lectura.

Ese año mi papá me obsequió Corazón, diario de un niño, del escritor italiano Edmundo de Amicis, novela que me afianzó en un universo del que no volví a salir: el amor por la literatura. Fue el año que hice mi primera comunión.

Desde esa época fui un niño muy travieso, poco atendido no por voluntad de mis padres, sino por las circunstancias económicas propias de todo hogar mexicano, sea pues también estas líneas un agradecimiento perpetuo a mis padres y a todos los papás que salen de su hogar para traer lo elemental y básico para subsistir.

Haciendo un análisis justo, fui un niño feliz: con vida, salud, libros, revistas de Historia, enciclopedias de animales, un balón, juguetes, amigos. En unos meses seremos testigos de la justa mundialista en Catar 2022, se batirán récords y quedarán momentos para la posteridad. Habrá héroes y villanos.

México no es parte de la lista de protagonistas, como es costumbre, irán solo a cumplir y a ilusionar a todo un pueblo entusiasta pero habituado a la derrota. Nada fuera de lo ordinario. Lo extraordinario;… eso toca a nosotros hacerlo.

https://twitter.com/Nakachi_Mx

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