Por Nakachi
- Reminiscencia del priismo echeverrista
Si no sucede otra cosa, el próximo lunes diecisiete de enero, el expresidente Luis Echeverría Álvarez, cumplirá el centenario de edad. Lo que lo hace ya el hombre más longevo que haya gobernado a nuestro país. Priista de cepa y fiel soldado del modelo de partido hegemónico corporativo, asumió la presidencia del país en el momento apoteósico de ese sistema que bien definió el Nobel, Vargas Llosa como la “dictadura perfecta”.
En los últimos meses se ha dicho mucho en las redes sociales que LEA es el padre ideológico de López Obrador. Se insiste en que el actual demagogo de siglo XXI emula los pasos del engañacándidos del siglo XX, lo que explica el porqué en la limitada visión histórica del embustero actual que se precia de ser un conocedor del pasado, no toque ni con el pétalo de una rosa al periodo dramático de la “Docena Trágica” (1970-1982).
Con las distancias del tiempo y sus circunstancias particulares, intentaremos hacer una radiografía sucinta que nos permita ver sus cercanías y distanciamientos.
Maticemos.
En el modelo corporativista priista, el presidente de la república tenía la facultad de designar a su sucesor. Siguiendo la regla del sistema, entronizado el presidente, su fuerza solo le alcanzaba seis años; designado el sustituto, debía desaparecer para dar paso al nuevo “emperador”.
Con el musculo del autoritarismo presidencial, y en medio de la polarización que generó la represión estudiantil de 1968, a LEA lo ungió el presidente Gustavo Díaz Ordaz. Su nada agraciada personalidad en sintonía con su bajo perfil y mirada de serpiente, al final le rindieron bonos con su predecesor.
Para el final del sexenio de Díaz Ordaz, el discreto y eficaz titular de Gobernación fue el ungido. Asumió la presidencia a los cuarenta y ocho años de edad. Su “¡Arriba y adelante!” fue su bandera. Con la banda presidencial cruzada en su pecho, vaya que se transformó. Don Daniel Cosió Villegas lo definió así: “Su monomanía, su megalomanía, sus ensueños de liderazgo internacional, su necesidad fisiológica de predicar y su intolerancia” (Cosio, 1974).
Por su lado, también priista de cepa, en su larga carrera política hacia la silla presidencial, López Obrador no tuvo empacho en señalar como causa de los grandes males del país al modelo económico neoliberal y a la imperante corrupción como las principales causas del rezago económico y social del país.
Como lo ha sostenido el maestro Macario Schettino: “Las reformas estructurales de 2013 catapultaron a AMLO que entonces era un cadáver político” (Schettino, 2020). En una paradoja de la historia, las necesarias pero impopulares políticas públicas del gobierno de Peña Nieto fueron como alfombra para el arribo del popular “mesías tropical”.
De acuerdo a datos del INEGI, en 1970 fuimos cuarenta y ocho millones de habitantes. Para 1976, la población creció considerablemente a sesenta y un millón de mexicanos.
En 2018 fuimos ciento veintiséis millones de habitantes. El país que recibió López Obrador, en términos de población es diametralmente opuesto pues le tocó gobernar sobre más del doble de la población con la que terminó su gobierno LEA y casi el triple con la que comenzó. Esta desproporción, por razones numéricas trae consigo distintos desafíos.
Desde que asumió la presidencia, LEA se dedicó a hablar y a viajar por el país y el mundo.
Por su parte, desde que López Obrador tomó posesión de la presidencia, se ha dedicado a hablar… solo a hablar. De lunes a viernes, después de su ejercicio propagandístico matutino, ¿qué actividad pública sabe usted o conoce que ejecute el presidente de la república? Sabemos que los fines de semana continua en su papel de candidato dándole brillo al culto de su personalidad buscando estar cercano de los más necesitados.
Con objeto de reducir el tráfico de mariguana de nuestro país a EE. UU., en 1969, el presidente Richard Nixon con anuencia del presidente Díaz Ordaz puso en marcha el Operativo Intercepción. Cuando LEA llegó al poder, los EE. UU., ya habían echado a volar su llamada “Guerra contra las drogas”.
Echeverría, se alineó a esta iniciativa y dispuso que nuestro país participara en la Operación Cóndor que significó desplegar al ejército a la zona del llamado Triángulo Dorado ―lo que contradice a los corifeos del presidente que repiten como loros que fue Calderón quien le dio un batazo al avispero; lo cierto es que desde los años setenta, el ejército ha participado en estas labores en alianza con el país vecino del norte―.
Respecto del combate al crimen organizado, López Obrador como candidato y como presidente insiste en eso de atender el problema de la inseguridad desde sus orígenes más hondos: que los papás se hagan cargo y asuman su responsabilidad para que de ser necesario y si es que sus críos se portan mal, los agarren a chanclazos.
Ahora que si se pone un poco más crítica la cosa, dice el titular del ejecutivo federal, que apliquemos su receta farsa de “abrazos, no balazos”. Por su parte, la terca realidad nos revela que la inseguridad cada día escala cifras sin precedente y nos perfilamos al sexenio más sangriento de la historia. Duele decirlo, pero el Estado está cruzado de brazos ante el crimen organizado. Los ciudadanos se mantienen en un cotidiano estado de indefensión en la vida pública.
Por iniciativa presidencial, en 1974 los territorios federales de Baja California Sur y Quintana Roo fueron elevados a la categoría de estados libres y soberanos para unirse a la Federación. De este modo se fomentó la creación de zonas turísticas como Los Cabos, San Lucas, Loreto, Cancún, Islas Mujeres y Cozumel. El sector turístico le debe a LEA un impulso significativo.
Pasado la línea de la segunda mitad de su gestión, López Obrador el único turismo que fomenta es cuando aprovecha para rendir culto a su nacionalismo tóxico y de paso presumirnos que degustó algún antojito mexicano a pie de carretera o en una fonda de las clases populares.
Más que crear unidad nacional, atiza a diario la polarización del país, y no se ha tentado el corazón en apretarles el cuello fiscalmente a los gobernadores de partidos de oposición a su “movimiento”. ¿Recuerdan cómo el año pasado desde la CONAGO a punto estuvo de romperse el Pacto Federal?
En materia económica, LEA, dio al traste al modelo denominado Desarrollo Estabilizador, mismo que le permitió al país por décadas un crecimiento y estabilidad financiera. Su primer titular de Hacienda solo le aguantó el ritmo hasta la mitad del sexenio. Renunció acusando a su jefe de “cometer errores administrativos muy serios”. Embriagado de poder, espetó esa frase que hoy da escalofríos solo de imaginarla: “La economía se maneja en los Pinos”.
El autoproclamado “coordinador de los esfuerzos nacionales” se dedicó a adquirir empresas privadas para hacer más gruesa la burocracia. El populista nacionalista que manejó la economía, para fines de su sexenio, dejó el país quebrado y no logró recuperarse hasta fines de los noventa.
Éste estatista pudo hacerlo porque el sistema corporativista hacía del presidente un todopoderoso; capaz de fijar precios, importaciones, controlar el Banco de México para expedir papel moneda. Como todo demagogo, tiene en la realidad a su enemigo por excelencia. Cuando le explotó en las manos, el aterrizaje fue doloroso: una inflación galopante del 30 % y una devaluación escalofriante.
El dólar pasó de 12.50 a 24 pesos. Curiosamente la respuesta a ese desastre nacionalista fue el hoy satanizado “neoliberalismo”. Que dicho sea de paso, por lo menos le ha dado mejores cuentas a los mexicanos que el estatismo echeverrista que tanto promueve López Obrador.
En una paradoja de la historia, el eterno candidato presidencial que arrolló en la elección de 2018, como presidente electo y la víspera de su entronización, mediante una consulta patito, en un acto de arrogancia, solito se hizo el harakiri con la cancelación del NAIM. De acuerdo a los indicadores económicos, esa decisión frenó el crecimiento y generó incertidumbre entre los inversionistas.
El que iba a transformar a México, en Texcoco enterró su proyecto político. Es evidente que el país se perfila hacia el despeñadero.
LEA tuvo en María Esther Zuno (1924-1999) a una esposa y aliada en el ejercicio público. Se negó a adoptar el mote protocolario de primera dama y pidió se le llamara “compañera”. Doña Esther ejecutó un intenso trabajo de asistencia social.
AMLO tiene en Beatriz Gutiérrez Müller, esposa en segundas nupcias, la influencia radical bolivariana. Si la mujer es determinante en el ser humano, la condición del funcionario no se salva de esta lógica. La mujer tiene ese poder de influencia en el hombre, además es preciso considerar la diferencia de edades de este matrimonio, los dieciséis años que se llevan nos podrán ayudar a deducir hasta dónde puede influir la consorte del presidente en la toma de decisiones.
Seguro por la sombra de doña Esther, LEA fue un promotor del feminismo y la equidad de género. López Obrador se sabe macho alfa de su tribu y asume su papel con beneplácito: cada vez que puede desprecia a la mujer. Ha llegado a decir públicamente que eso del feminismo fue un invento de los saqueadores del país. El silencio de Gutiérrez Müller dice más que cualquier discurso.
Como buenos populistas coinciden en su gusto por el pasado, pero una historia maniquea de esas donde chispa bronce. LEA, admiró a Cárdenas y Juárez. AMLO, le dio vuelta por la derecha al hijo de Cárdenas y se hizo del partido político que fundó para después desecharlo. Hoy el PRD está en agonía; lo de juarista ya hemos argumentado en esta columna (26 de octubre de 2021), fue otro embuste más.
Echeverría tuvo su grupo de corifeos, entre ellos, Fernando Benítez y Carlos Fuentes. López Obrador, también tiene los suyos: “Lord Molécula”, “El Pirata” y “El Fisgón”.
A sus opositores, LEA, prácticamente los eliminó del mapa en la denominada “Guerra Sucia”. Eran los tiempos donde todo se escondía porque se podía. Como buen megalómano con aires de “mesías redentor” no aceptaba crítica alguna, a poco estuvo de decretar que también era poseedor de la infabilidad pontificia.
La censura al Excelsior de don Julio Scherer se volvió un fantasma que lo perseguirá por los siglos. Respecto a la prensa, hemos sido testigos de qué es capaz López Obrador. Faltan dedos para contar a cuántos periodistas y diarios independientes hostiga todos los días. Su sección de “quién es quién en las mentiras” seguro ni a Echeverría se le hubiera ocurrido. En este tema, aún nos falta mucho por ver. Al tiempo.
Don Antonio Ortiz Mena advirtió la siguiente frase profética: “En México, el poder del presidente es absoluto y se corre el riesgo de que, por falta de contrapesos, como deberían ser el Congreso y el Poder Judicial, un mandatario descontrolado puede llevar al país a la ruina.”
Después de la severa crisis de 1982 que provocó López Portillo, cuando creíamos que ya lo habíamos visto todo y que era parte del pasado, llegó el estatista López Obrador para con sus políticas populistas, pisar el acelerador hacia el pasado de crisis y miseria.
Echeverría, soñaba al término de su gestión con asumir la Secretaría General de la ONU, la realidad y el desprecio público lo recularon en su residencia de San Jerónimo. López Obrador, sueña con trascender en la historia y desplazar del altar cívico a nuestros próceres para colocarse él. También ha anunciado que en 2024 se retirará a su rancho “La Chingada” en Palenque, Chiapas, ¿le cree usted al que miente en promedio más de noventa veces por conferencia?
Karl Marx acuñó la siguiente frase: “La historia se repite dos veces; la primera como tragedia, la segunda vez como una farsa”.
Si el gobierno actual siguió de parámetro ideológico a la gestión echeverrista, ya podemos afirmar en términos históricos que el actual presidente de la república es un fracaso por donde se le vea, es el típico niño flojo de la clase, pero popular, que en la ejecución del examen final, le copia al niño burro. Una farsa mayúscula.
Referencias
Cosio, D. (1974). El estilo personal de gobernar. México, D.F.: Joaquín Mortiz.
Schettino. M. (24 de septiembre de 2020). Disidencia. (P. Majluf, Entrevistador)