El anecdotario de Mime
El umbral de la crueldad
Estaba en 6° año de primaria, era Halloween, estaba en un grupo pequeño con el cual crecí en conjunto desde 1°, nos conocíamos todos y nos apoyábamos mucho, éramos una familia escolar con amor y mucho compañerismo.
No me caracterizaba por ser una niña quieta, por el contrario, cuestionaba todo y a todos, era curiosa, inquieta y en varias ocasiones reté mi suerte y a la autoridad, dentro de una inquietud constante de querer saber y entender el mundo de los adultos que eran lo suficientemente aplastante y estricto con el alumnado.
Ese día, no recuerdo bien el porque me llamaron la atención en el primer segmento del día, la maestra estaba embarazada y hoy como adulto puedo comprender un poco que quizá en ella existía un malestar físico que le impedía ser tolerante con pre adolecentes; al llegar el momento de la salida en la formación general, las maestras hicieron entrega del dichoso aguinaldo de Halloween (una bolsa llena de dulces que los padres y benefactores ponían para brindar felicidad).
En aquel tiempo yo era la antepenúltima de la fila, todos sonreían y recibían la bolsa, (un costal de mecate morado con un espanta pájaro al centro en colores naranjas y ocres), ¡Al llegar a mi lugar la sonrisa de la miss desapareció mientras la mía se hizo inmensa al saber que recibiría la bolsa, con mucha frialdad, desdén y con toda la intensión puso la bolsa sobre mis manos y retirándola dijo… -ah no tu no! y pasó a la siguiente persona, (lo hizo frente a todos mis compañeros de la escuela, no solo mi grupo), la humillación estaba consumada.
Recuerdo haberme sentado y sonreír fingiéndome fuerte, muchos de mi grupo y de otros grupos vaciaron sus bolsas frente a mi diciendo, Lala toma lo que gustes, no estés triste, que grosera la miss.
No tomé ni un dulce estaba en shock y muy triste, agradecí a todos y me fui a llorar al salón mientras la miss me decía… lo tienes merecido así que llora.
Al llegar mi madre por mí, la abracé y lloré, le platiqué lo que había sucedido y me llevó al supermercado paradas en el pasillo de dulces me dijo: ¡Toma lo que gustes que a ti dulces no te faltan!, mañana iré a hablar con ella.
Deja ya eso, como sea ya lo hizo, (algo en mi se apagó pues detrás de ese incidente no volví a ser la misma), entendí que ser adulto daba poder sobre los menores.
No eran los dulces, fue la acción, la humillación y la intención de herir, lo hizo bien pues al recibir una disculpa y los dulces un par de días más tarde la miré y le dije que no estaba lista para ser madre y que guardará los dulces para el amargo futuro que le esperaba.
Cruel… en ese instante pisé el umbral de la crueldad y me coroné reina sin saber que su accionar había de tocar el destino de las dos de manera tangible.
Ella perdió el bebé, y yo la inocencia.
Mime