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sábado, abril 20, 2024
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¿PARADOJA O PREMONICIÓN?

¿PARADOJA O PREMONICIÓN? EL TRÁGICO SEXENIO 

NAKACHI

La opinión de Rolando Nakachi

¿Paradoja o premonición?

¿PARADOJA O PREMONICIÓN?
AMLO Y EL INE

En la recta final de este trágico sexenio, hay que decirlo con todas sus letras: la incipiente democracia mexicana vive amenazada. Lo que no han destruido lo han cancelado, quemado, despilfarrado, extraviado y lo que es el colmo, hasta les han hackeado.

Como sea, para cerrar la pinza, van por la joya de la corona: el INE. Les urge tomar control del órgano electoral porque saben que ya no les alcanza. Saben que, de perder el poder y el fuero, la secta en el poder tiene tantas cosas que explicarle a la Justicia.

¡Por donde se le vea este país es un verdadero desastre y a diario se desangra bajo el silencio omiso y cómplice de un gobierno incapaz! El soberbio que según lo iba a transformar; su ineptitud y arrogancia tiene a la nación convertida en una fosa gigantesca.

En escenario inédito, es espeluznante ver la escena del pasado jueves 27 de octubre donde en el municipio de Monte Escobedo, Zacatecas, un perro llevaba en su hocico la cabeza de un ser humano que había sido decapitado. En otro país esto sería alarma nacional; en México, el régimen y la sociedad lo hemos normalizado.

Lo que significa que la mañanera del presidente, es eficaz como medio de propaganda ante un país hipnotizado por la figura de un inepto que les miente sin recato todos los días. Es lo que sucede cuando se ve con ojos de fe a un ser humano limitado como el presidente de la república y no con la razón, capaz de exigir resultados hasta llamar a cuentas.

En este campo minado estamos parados millones de mexicanos.

En el marasmo de demagogia y realidad, observo un punto de quiebre. Después de que, en la elección intermedia de 2021, López Obrador perdiera la mayoría calificada en el Congreso, recibió un golpe brutal: los mexicanos que votaron por él en 2018 ya no ratificaron su sufragio después de que les falló el demagogo.

Gracias a las instituciones democráticas pudieron votar por otras opciones. Como es en una república federal democrática. Lo que aceleró las improvisaciones.

Desde el poder ahora quieren cambiar las reglas del juego democrático con la trampa de una supuesta reforma electoral. O como se advirtió que harían con el PRI: a punta de extorsiones y expedientes fiscales, los doblaron para reventar la incipiente alianza opositora y de paso, sumar un aliado más al oficialismo.

El presidente ya leyó que no la tiene segura en la elección de 2024. Arrogante como es, apostó por jugar ese funesto juego priista del “tapadismo” con lo que él mismo calificó como sus “corcholatas”. Lo irónico es que anticiparlas de ese modo, él mismo las aventó al precipicio.

Ni Claudia, ni Marcelo y menos Adán Augusto son capaces de entusiasmar a alguien. Son una copia burda y risible del presidente. Quien quite y en una de esas, el malabarista de Palacio nos sale con que siempre el tapado es el Gral. Luis Crescencio Sandoval.

En la coyuntura político-electoral, surgen muchas preguntas: ¿y la oposición? ¿En serio son tan cobardes y desleales para traicionar de ese modo al país? ¿Es tan larga su cola que prefieren ser cómplices de omisión y en muchos casos de comisión? ¿Serán tan viles como para darle el tiro de gracia a la república mexicana?

No podemos ser ingenuos, está más que cantado que el presidente, sus comisarios, voceros, patiños y corifeos, por mantenerse en el poder son capaces de todo. Ya nos enseñaron que lo mismo les da aliarse con el crimen organizado que entregarle el país al ejército.

Se han despojado toda máscara democrática para mostrarnos su rostro autoritario. Son tan cínicos que sin pudor nos comparten su simpatía por Putin; Nicolás Maduro;  o qué tal su silencio ante el sátrapa y asesino en Nicaragua, Daniel Ortega.

Como nos tiene acostumbrados, López Obrador como buen prestidigitador que es, no ha tenido empacho en insistir en eso de que en México no hay democracia (hágame usted el favor) y que el INE resulta carísimo. Junto con sus comisarios, le han tatuado hasta el alma a sus seguidores su patraña fundacional: el supuesto fraude electoral de 2006.

Cosa que jamás han comprobado y como es, tampoco han presentado pruebas. Escudados en la supuesta austeridad, es que quieren reformar al INE.

Siendo justos, no todo son los políticos, ¿la ciudadanía dónde estamos? ¿Nos quedaremos de brazos cruzados viendo cómo a diario le terminan de partir el alma a este país hasta cubanizarlo o nicaraguanizarlo?

¿Seremos tan pusilánimes los mexicanos cómo para no hacer nada después de ver cómo a diario este país se nos consume en las manos?

Veamos primero el caso de los ciudadanos.

Duele decirlo, pero México tradicionalmente ha sido un país de tímidos por no decir cobardes ante el poder. Se nos educa para callar y obedecer. Si acaso alguien piensa distinto o es diferente al rebaño, en automático se le estigmatiza y en algunos casos se les condena a terapia con un psicólogo, para ser considerado como un niño problema.

Se le encaminara hasta ser como todos y se quite esa “mala” conducta de ser distinto. Así está configurada nuestra educación básica.

Como instrumento de adoctrinamiento, el objeto del libro de texto gratuito ha sido eficaz pues cumple su función a cabalidad por generaciones: aleccionar a nuestra juventud bajo el mito revolucionario.

La enseñanza oficial es tal, que es difícil que el mexicano común coincida cuando se les dice que el presidente de México, miente cuando se obstina en eso de que la Independencia y la llamada “revolución mexicana” fueron grandes movimientos de transformación.

En ambos procesos históricos nos resultó más caro el remedio que la enfermedad. Siendo serios, sí transformaron, pero solo para legitimar a un nuevo grupo en el poder. Como suele suceder, el grueso de la población pagó los platos rotos de esas “transformaciones”. Y seguimos sin aprender.

Para cerrar la pinza ideológica, en el caso de la independencia, hubo que satanizar lo español; y en el caso revolucionario, echarle la culpa de todos los males al tirano, Porfirio Díaz. Sobre esa narrativa se montó el PRI hegemónico, que pulió y refinó, Lázaro Cárdenas para sentar las bases robustas de la “dictadura perfecta”: concentrar todo el poder en el presidente que se sostuvo bajo un gran engranaje a lo largo y ancho del país.

El sistema general, se aplicó en lo local y municipal; es decir, había un rostro en lo federal y en cada estado un dictador supeditado al presidente y así bajaba hasta los municipios. Un gran dinosaurio que sus garras tocaban y controlaban todo el Estado mexicano.

En esas condiciones, imposible que hubiera democracia. Ideal que por lo menos, nuestros abuelos no conocieron.

Pasemos ahora al caso de la democracia mexicana.

El trance hacia la democracia fue un camino atropellado, largo y sinuoso. Donde sin duda, nada se construyó de la noche a la mañana. Como lo dictan las leyes de la física, lo que sube tiene que bajar. El régimen priista hegemónico poco a poco fue sucumbiendo hasta que, en 2000, se dio la alternancia en el poder con la llegada a la presidencia de Vicente Fox.

Pudo darse porque se le quitó el control y organización de las elecciones al gobierno para depositarlo en manos de la ciudadanía.

Cuando el Estado dejó de meter las manos en los comicios, llegó la alternancia. Muchos jóvenes no lo vieron, pero hubo un tiempo en México donde el secretario de Gobernación a través de la otrora Comisión Federal Electoral (CFE) organizaba las elecciones, y como fue en 1988, siendo titular de la dependencia, Manuel Bartlett, cuando iba ganando el candidato de oposición, por una “extraña razón” se le cayó el sistema de cómputo. Cuando “regresó”, volvió para darle el triunfo al candidato oficial.

Se dice fácil y rápido, pero fue a golpe de crisis políticas, sociales y fiscales como las de 1976, 1982, 1985, 1986, 1988 y 1994 que poco a poco mutamos del país de un solo hombre en la que definió, Enrique Krauze, como la “presidencia imperial”, a un país de instituciones. En 2018, la democracia eligió a López Obrador, dando un salto hacia atrás. Así es en democracia, pero es preferible que la tiranía.

Cierro con el papel de esta cobarde y paupérrima oposición mexicana.

Si en el poder, López Obrador ha podido despacharse con la cuchara grande, es porque no ha tenido oposición ni ciudadanía que lo detenga. Lo que queda de la oposición está en estado de agonía.

Y en otros casos, como lo han hecho siempre el Verde y el dizque partido del Trabajo, se han vendido al mejor postor. Si urge una reforma electoral es, pero para dejar de alimentar a estos vividores del erario.

La oposición en general no logra comprender estos tiempos aciagos para la república, salvo honrosas excepciones. Si en algo también ha sido generoso el régimen de la nueva secta en el poder, es la cascada de escándalos para poder sacar raja política pero no hay quien lo atenúe.

Y es que por si fueran pocas nuestras desgracias como país, nos alcanza otro de nuestros demonios históricos: la falta de unión. No hay un líder opositor que articule, nos una, convoque y entusiasme y si los hay, todo es de manera aislada.

Cuando se intentó formar la alianza, López Obrador pegó el testarazo a Amlito para que volviera a sus brazos. La jugada política fue sublime. La respuesta de la oposición sigue siendo mezquina: cuidando sus prerrogativas no los intereses nacionales.

Como lo ha propuesto Max Kaiser, es imperativo defender al INE y vigilar a nuestros representantes en el Congreso Federal. No de forma general, sino de modo particular. Observando, vigilando en qué dirección va el sentido de su voto en este amague que se orquesta desde Palacio a la autonomía del INE.

Qué tiempos tan oscuros donde nos gobiernan los ineptos y nos representan los cobardes, pero que exige al ciudadano asumir su papel en el juego democrático.

Viene a mi mente de nuevo la imagen macabra en Monte Escobedo, Zacatecas, la del perro con la cabeza de un decapitado en su hocico. ¿Paradoja o premonición? Si acaso estamos ante una transformación, es entre la democracia (país de instituciones) o la tiranía (país de un solo hombre).

Para que gane el proyecto de un solo hombre, tienen que cercenarle la cabeza a un país entero. El tirano no podría ejecutar su obra solo; lo mismo que el país no puede solo ante los embates del aspirante a dictador, necesita unirse y estar preparado para lo que se venga.

Se nos viene el fin de sexenio más trágico y sangriento jamás visto para esta generación de mexicanos.

En la coyuntura, valdría recordar las palabras de Karl Popper: “La creencia en que puede salvarnos un ´genio político el gran estadista, el gran líder´ es la expresión de la desesperación. No es nada más que la fe en los milagros políticos… el suicidio de la razón humana.”

https://twitter.com/Nakachi_Mx

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