LA ECONOMÍA EMOCIONAL DEL PAÍS | OPINIÓN DE RODRIGO GONZÁLEZ ILLESCAS

17/11/2025
- ¿Cómo se mide el cansancio de un país? No está en las encuestas ni en los indicadores económicos. Está en las decisiones que tomamos desde el agotamiento emocional.
🧠 La economía emocional del país
El gran reto de estos tiempos es la salud mental. Padecimientos como la ansiedad y la depresión se han convertido en síntomas constantes de nuestra época. De acuerdo con la Organización Mundial de la Salud, en 2023 una de cada ocho personas en el mundo vive con algún trastorno de salud mental, muchas veces sin recibir atención adecuada.
Este dato no solo es alarmante: es la puerta de entrada para entender un concepto crucial y poco explorado en México: la economía emocional. Se trata de la manera en que nuestras emociones influyen en nuestras decisiones.
Cada día tomamos miles de decisiones; apenas una pequeña parte las hacemos de forma consciente, mientras que la mayoría surge de impulsos, miedos, hábitos o estados emocionales que ni siquiera detectamos.
La economía emocional del país
En México llevamos décadas hablando de pobreza, economía, seguridad, crecimiento, inflación y empleos. Todos temas indispensables. Pero hay algo de lo que casi nadie habla —al menos no con seriedad— y que hoy condiciona como nunca la forma en que pensamos, decidimos, votamos y convivimos: la economía emocional de un país exhausto.
Porque sí: estamos cansados, física, mental y emocionalmente.
Y ese cansancio colectivo ya no se explica por una sola causa. No es solo la violencia. No es solo la inflación. No es solo la política. Es la acumulación, el peso invisible de vivir bajo una narrativa permanente de incertidumbre.
Cuando la incertidumbre se normaliza, cuando deja de parecer excepción y se vuelve rutina, el país entero comienza a operar desde el estrés, la ansiedad o la desesperanza. Y desde ahí —desde ese terreno frágil— tomamos peores decisiones: personales, económicas, sociales y también políticas.
💡 La economía emocional importa
Importa porque determina la calidad de nuestras decisiones y, con ello, el rumbo del país. Y si no empezamos a medirla, entenderla y atenderla, seguiremos intentando resolver problemas estructurales con una población emocionalmente agotada.