EL POLÍTICO QUE REPROBÓ MAQUIAVELO, PLUMA LIBRE
La opinión de Rolando Nakachi
EL POLÍTICO QUE REPROBÓ MAQUIAVELO
El pasado sábado 24 de septiembre, el escritor Jorge Volpi, publicó en su columna sabatina en el Reforma su artículo titulado Maquiavelo en Macuspana. Volpi hizo una analogía del prototipo de Príncipe que propuso quien está considerado como el padre de la ciencia política moderna, Nicolás Maquiavelo, con el presidente López Obrador.
Desde luego la palabra tiene un impacto en nuestra sociedad. Más tratándose de columnistas serios como Volpi. En tiempos, digamos, ordinarios no habría necesidad de estar conteniendo y aclarando conceptos del siglo XVI, pero en este México aciago de siglo XXI, la república peligra. Me parece pertinente disertar sobre Maquiavelo en la coyuntura del México en el gobierno de López Obrador.
Discrepo con Volpi. La comparación me parece desatinada por donde se le vea. En su texto, Volpi, afirma que López Obrador es el político más eficaz que hemos tenido en tres décadas y que reconocerlo no implica admirarlo ni borra la hubris que lo ha llevado a perder algunos combates.
Para ser preciso, lo cito: “… en cuatro años de gobierno ha acumulado un poder que no habían tenido sus predecesores; que ha articulado una paradójica alianza que sostiene todas sus medidas –con los empresarios y militares, sobre todo–; que se ha adueñado del discurso público mientras sus enemigos apenas balbucean…”
¿Es cierto esto? ¿Alianza con los empresarios? ¿Se ha adueñado del discurso público? ¿Es el político más eficaz que hemos tenido en treinta años?
Veamos primero a Maquiavelo.
Hombre bisagra entre la Edad Media y Moderna, se dedicó con seriedad a analizar y ofrecer un manual de uso de la política para vincular tanto el acceso, como el mantenimiento del poder. Distinguió dos grupos de principados: los hereditarios y los adquiridos.
Su objeto de estudio fueron los segundos, pues de los primeros que se legitiman en la tradición hereditaria, no hay mucho qué hablar. Contrario los adquiridos, donde el príncipe tiene que construir y fundar su propia legitimidad. Dio los primeros pasos hacia el concepto contemporáneo de soberanía.
Fue partidario de que, en momentos de crisis política, el poder descansara en una sola persona, lo que hoy conocemos como dictadura. Para que un hombre de talentos superiores, resolviera el conflicto, unificara y en consecuencia garantizara la paz y esto dé la posibilidad a la inversión privada (capitalismo). Pero sugirió que, llegada la paz, el estado nación unificado, mutará en república.
Contrario a lo que afirman sus críticos y hasta admiradores, fue un pensador profundamente republicano. Para él había dos formas de gobierno; la república y los principados. Creía en la perdurabilidad de un régimen y era necesaria la virtú en el político para lograrla, esta sería la forma de evaluar si fue exitoso o no el régimen.
Propuso que la mejor forma de aspirar a la durabilidad y trascendencia fuera por medio de la república, porque es en estos sistemas donde impera la libertad y existen instituciones y ciudadanos. En la república no gobiernan las personas, sino el cuerpo de leyes.
El prudente tiene que saber identificar el momento oportuno (kairós tiempo oportuno) para acceder al poder y contar con la capacidad de mantenerse en el poder. Habló de la colocación de diques. Es decir, hay cosas que no se pueden evitar (desastres naturales) pero hay fenómenos que sí.
El virtuoso se anticipa, por lo que la virtud no es moral sino política. El príncipe debe saber anticiparse al futuro para gobernar tanto al pueblo como a los que llamó grandes. En ambos grupos sociales, lo que los distingue es la concepción de libertad.
Para los grandes la libertad es dominar y gobernar al pueblo; mientras que, para el pueblo, la libertad es no ser dominado por los grandes; es decir, no tener un déspota encima. En medio está la libertad del príncipe; éste necesita desarrollar la prudencia para equilibrar el ejercicio de su libertad.
El buen uso del poder tiene que ver con el manejo razonable de la coerción y el consenso. Todo buen gobierno tiene el equilibrio entre violencia y consenso.
El príncipe ejerce el monopolio de la violencia. Advirtió que la coerción no podría ser el único medio de la gobernanza, sino el consenso. Es decir, el príncipe tiene que evitar por todos los medios ser odiado y no ser respetado. En medio está el temor como un miedo regulado y fundado en la capacidad de ejercer cuando se accedió al poder.
El temor es respeto. El odio es un deseo destructivo del otro. Aconsejó al príncipe: el temor no es amor, es preferible que el pueblo te tema a que te ame, porque el pueblo puede cambiar de opinión.
Doy un salto de muchos siglos para ver el gobierno de López Obrador. ¿Es cierto que es el político más eficaz en los últimos treinta años?
López Obrador egresó de la UNAM como licenciado en Ciencias Políticas y Administración Pública en 1977. Al margen de lo mediocre que fue como estudiante (se tituló hasta 1987), estoy seguro que no leyó a Maquiavelo, y que si acaso leyó su obra como El Príncipe y la más importante: Discursos sobre la primera década de Tito Livio, nunca lo comprendió.
Es una ironía que quien se ha beneficiado de nuestra incipiente democracia, hoy en el ejercicio del poder sea el principal promotor de los embates contra el órgano electoral. Sus argumentos rayan en lo risible, pero lo desnudan de cuerpo entero en todo su rostro antidemocrático y autoritario.
Eso sin dejar de señalar lo oscuro de su proceder. Como figura pública, López Obrador nunca ha podido decirle al pueblo de México, de qué vivió del 4 de diciembre de 2006 al 30 de noviembre de 2018, tiempo en el que oficialmente fue un desempleado, pero que lo invirtió en ser el eterno candidato a la presidencia de la república. ¿Quién pagó los mítines y eventos políticos de todos esos años?
Más que político competente en democracia, como todo populista oportunista, sí ha sido eficaz como zorro en aprovechar las coyunturas políticas para sacar raja en suum beneficium. No lo ha hecho solo, ha necesitado de facilitadores; lo mismo comunicadores, intelectuales, políticos, que se dejaron seducir por el canto demagógico y que normalizaron la entronización del nuevo tlatoani.
Muchos se han separado y reconocido que se equivocaron. Pero aún existen muchos que les falta la humildad intelectual para reconocerlo. Lo seguro es que pasará este gobierno trágico, tapizado de engaño y jamás lo harán.
Paso a responder la otra cuestión. Si alguien ha sido atacado, satanizado y vilipendiado en este tiempo aciago de populismo para la república, ese ha sido el empresariado mexicano. Peor aún, han sido objeto de extorsión a través de las instituciones fiscales con la mano presidencial tras bambalinas.
El presidente que se precia de ser un liberal –háganme el favor– no estimula el empleo, el esfuerzo, la educación, el desarrollo. Fiel a su ideología tóxica, promueve un proyecto político basado en la pobreza, el paternalismo exacerbado hasta tejer un lazo perverso de codependencia entre individuo y Estado.
Si la obsesión es mantener el poder, no es buena idea hacerlo por medio de clientelas electorales. El erario es finito y cuando se acabe, la dependencia se volcará contra el demagogo. Cría cuervos y te sacarán los ojos, dicen. Aun mejor, siguiendo la pauta del proverbio chino: “No le des pescado, mejor enséñale a pescar”.
Desde el día uno de su gobierno, embriagado de poder, López Obrador se apropió de la agenda pública. Es el objeto de la mañanera. Apostó a tapizar la realidad a fuerza de mentir y engañar desde el poder. Lo cual, sin duda, recargado en su supuesta popularidad, le funcionó al “eficaz” (en el adjetivo de Volpi) hasta que en los últimos días la realidad lo alcanzó para asestarle tres testarazos.
1.- El caso Ayotzinapa que cada día apesta más en la oficina de Encinas;
2.- Se anunció la próxima publicación del libro de Elena Chávez, El Rey del cash que ha puesto en jaque a la servidumbre del presidente, encabezados por Jesús Ramírez Cuevas;
3.- El pasado 29 de septiembre, la filtración de la información que hackeó el grupo internacional Guacamaya. La revelación de su diezmado estado de salud es lo menos grave. En la coyuntura del proceso de militarización de la seguridad pública, lo espinoso resulta el proceder de la Secretaría de la Defensa Nacional.
Para el narcisista anacrónico, poco le interesa la vulnerabilidad de la seguridad del país, le enoja que con la tecnología de siglo XXI, se revelen sus oscuras decisiones en contubernio con los altos mandos militares. Se ha abierto un boquete del tamaño de seis terabytes que le ha dado un giro radical a la agenda pública.
Si bien la oposición está más traqueteada que la salud del presidente, disiento de Volpi cuando afirma que López Obrador ha pulverizado a sus enemigos, hasta elegir cómodamente a su sucesora. El presidente y su equipo (que en realidad es él) se enfrentarán a un enemigo invisible. Están contra las cuerdas, nada está dicho para el 2024.
No recuerdo un presidente en funciones tan odiado y a la vez idolatrado por una minoría electoral como el actual mandatario. Cuando en octubre de 2024, López Obrador se retire a La Chingada, dejará un país sumamente dividido, polarizado, devastado en lo financiero. En 2018, no recibió un país en crisis, recibió un país estable y funcionando en todos los sentidos.
Hoy ha dilapidado prácticamente todo el entramado institucional que sostuvo a este país durante las últimas décadas. Precisamente, el que se configuró después de diversas crisis políticas, sociales y fiscales (1976, 1982, 1986, 1988, 1994). El imprudente, provocó las distintas crisis en las que estamos y que pronto agudizarán.
Nunca respondió como hombre de su tiempo y sí como político de los años setenta. Por eso jamás pudo conciliar ni consensar para garantizar la paz a la que tanto aspiró el florentino. De haber comprendido a Maquiavelo, se hubiera evitado tantos frentes de conflicto en su gestión.
Permítaseme hacer gala de la imaginación. No tengo duda que, si en este gobierno federal se asomara el florentino que advirtió que los fines justifican los medios y evaluara al que definió Volpi como nuestro príncipe, no aguantaría la carcajada de escuchar la espeluznante retórica del macuspano: “No crean que tiene mucha ciencia el gobernar.
Eso de que la política es el arte de gobernar no es tanto; la política tiene que ver con el sentido común, que es el menos común de los sentidos”. Quienes sí estarían radiantes de esta tragedia mexicana que ha provocado el estatista López Obrador, serían los tiranos Fidel Castro y Hugo Chávez. Ambos estarían honrados de este discípulo a la distancia.