EL CASTILLO RENDIDO | OPINIÓN ABOGADO NAKACHI

13/11/2025
- Cuando el crimen toma el castillo, el silencio del pueblo se vuelve cómplice.
El castillo rendido

La muerte de Carlos Manzo Rodríguez en la plaza principal de Uruapan —durante el Festival de la Vela, en plena celebración del Día de Muertos— no es un homicidio político más. Fue un estruendo en la conciencia de este país.
Manzo había denunciado públicamente amenazas de los grupos criminales, había exigido apoyo estatal y federal, y sabía que el riesgo lo acechaba. Ese crimen brutal es, para mí, la punta del iceberg de una perversión mayor: la lenta toma de poder de la mafia —la que opera a través del crimen organizado, de cárteles que arrastran consigo instituciones— y de un Estado que se diluye mientras pone máscaras de control.

Imaginemos un castillo en una colina, con muros altos que lo protegen. El pueblo está abajo, hace mucho que confía en los muros para sentirse seguro. Al principio, un ladrón entra por un túnel pequeño que nadie ve; luego otro, otro más. Con el tiempo, esos túneles se vuelven pasadizos, los muros ya no están tan firmes, y los vigilantes del castillo comienzan a dejar de ver las fisuras… o no quieren verlas.
Mientras tanto, desde el castillo anuncian que reforzarán la seguridad: más guardianes, más patrullas, más discurso. Pero debajo, los pasadizos siguen abiertos, los ladrones ya mandan el castillo, manejan al defensor, al juez, al guardián. Y al final… ya no se sabe si el castillo es del pueblo o del ladrón que lo domina desde adentro.
Ese es el escenario que vivimos: asesinatos, desapariciones, desaparición de instituciones; cancelación de grandes proyectos de inversión −como lo fue el NAIM—. La pandemia usada para normalizar el estado de excepción; el embustero sin pudor, le avisó al país en su reality: “Nos cayó como anillo al dedo”. Súmele el crimen que se incrusta en las instituciones, que las domina, que las absorbe.
¿Por qué el asesinato de Manzo lo explicita?

- Porque ocurrió en plena plaza pública, en una fiesta pública, ante cientos de personas.
- Porque el alcalde había denunciado abiertamente al Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG) y fuerzas criminales que actuaban en Michoacán.
- Porque su muerte no generó solo dolor, sino indignación generalizada: una marcha, gritos de “justicia” y la lógica de que este país ya cruzó el punto en que los discursos pueden bastar.
Y es que, lo que más duele, es que esa toma de poder se hace lentamente, casi suavemente: se infiltra en los organismos, en los poderes, en las instituciones. Propaganda, pandemia, desapariciones, violencia de Estado blandita —y de pronto el miedo y la resignación. Y cuando alguien se levanta como Manzo, lo callan. Para que los demás sepan quién manda.
En Cuba, Venezuela, Nicaragua y también ya México la estrategia es la misma: un partido que controla los organismos autónomos; un Estado que dice combatir el narco, mientras éste dirige el tejido social desde la sombra. Desaparecen opositores, se matan alcaldes, se compra conciencias, se alimenta el miedo con homicidios y se maquilla con cifras bajas de delitos. Los medios repiten: “las cosas van mejorando” mientras en los municipios se viven campos de adiestramiento del crimen.
Y el plan es perverso porque no es manifiesto: no veamos al gran villano con capa y máscara, sino al sistema que lentamente normaliza su presencia, que la blanquea con discursos de “seguridad”, “salud pública”, “institucionalidad”, “modernización”. Y al final, la mafia se queda con el castillo y el pueblo se queda abajo preguntando por qué cayeron los muros.
Veo al presente como un episodio cruel del cual seremos copartícipes si guardamos silencio.
Manzo murió porque quiso recuperar el castillo para el pueblo. No lo permitieron. Ahora el castillo se tambalea desde dentro. Y si nosotros no actuamos, si no levantamos la voz, mañana podrían venir por otro alcalde, otro defensor, otro ciudadano que dice basta.
Y así —azul, gris y silenciosamente— la mafia ganará no con guerra abierta, sino con castillos rendidos, muros vendidos y pueblos agazapados.
Este país que quiero, este pueblo al que sirvo, no merece que el crimen se convierta en gobierno. Y en su memoria —y en la de tantos otros— deberíamos gritar que no estamos dispuestos a ser espectadores.
El castillo aún puede volver al pueblo, pero no se devolverá por decreto: se tomará con valor y palabra. Lo claro está es que no será con esta “oposición” que me avergüenza.
🐾 Huroneo

Mientras los noticieros celebran que “bajaron los homicidios” y Viri Ríos arremete contra Carlos Manzo (✞) por considerarlo de ultraderecha; también la lugarteniente del demagogo nos asegura que “vamos bien” y a su vez, el analista deportivo Gómez Junco se desborda en admiración por la señora “Scheinbaum”.
Claro, también el Titanic navegaba estable mientras el agua ya le llegaba al piano del salón.
Una lectura que exige no sólo ojos abiertos, sino conciencia afilada.
Esta columna forma parte de Bitácora de la Luna, un espacio para pensar el país desde el filo de la crítica.




